jueves, 3 de septiembre de 2009

poesia aborigen - Yerba bruja


Caminando por el monte
vi acercándose una estrella.
Yerba bruja me ató al pie.
Sentí pesada la lengua.
Debajo de los anones
un arco lanzó su flecha
que era rastro luminoso
de cucubano o luciérnaga.
Seguí andando, seguí andando
sin saber rumbo ni senda.
A un clamor de seboruco
llegué al fin.
Froté la muesca
y aspiré el humo sagrado
que hace la boca profeta.
¡Bateyes del Otuao
para la danza guerrera!
Tú gritaste, ¡Manicato!
Y yo, encima de la puerta,
cuando la noche acababa
colgué mi collar de piedra.
Juan Antonio Corretjer

poesia aborigen - Atavíos de Xochipilli, príncipe de la flor

Está teñido de rojo claro,
lleva su afeite facial figurando llanto,
su gorra con penacho de plumas de pájaro rojo.
Tiene su bezote de piedras preciosas,
su collar de piedras verdes.
Sus tiras de papel puestas sobre el pecho,
su ropaje de orilla roja con que ciñe sus caderas.
Sus campanillas, sus sandalias con flores.
Su escudo con la insignia solar en mosaico de turquesas,
de un lado lleva
un bastón con remate de corazón y penacho de quetzal.
Poesias Aztecas

poesia aborigen - yo soy un hombre sincero

Yo soy un hombre sincero
De donde crece la palma,
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.
Yo vengo de todas partes,
Y hacia todas partes voy:
Arte soy entre las artes,
En los montes, monte soy.
Yo sé los nombres extraños
De las yerbas y las flores,
Y de mortales engaños,
Y de sublimes dolores.
Yo he visto en la noche oscura
Llover sobre mi cabeza
Los rayos de lumbre pura
De la divina belleza.
Alas nacer ví en los hombros
De las mujeres hermosas:
Y salir de los escombros,
Volando las mariposas.
He visto vivir a un hombre
Con el puñal al costado,
Sin decir jamás el nombre
De aquella que lo ha matado.
Rápida, como un reflejo,
Dos veces ví el alma, dos:
Cuando murió el pobre viejo,
Cuando ella me dijo adiós.
Temblé una vez - en la reja,
A la entrada de la viña,
-Cuando la bárbara abeja
Picó en la frente a mi niña.
Gocé una vez, de tal suerte
Que gocé cual nunca: - cuando
La sentencia de mi muerte
Leyó el alcaide llorando.
Oigo un suspiro, a través
De las tierras y la mar,
Y no es un suspiro, - es
Que mi hijo va a despertar.
Si dicen que del joyero
Tome la joya mejor,
Tomo a un amigo sincero
Y pongo a un lado el amor.
Yo he visto al águila herida
Volar al azul sereno,
Y morir en su guarida
La víbora del veneno.
Yo sé bien que cuando el mundo
Cede, lívido, al descanso,
Sobre el silencio profundo
Murmura el arroyo manso.
Yo he puesto la mano osada,
De horror y júbilo yerta,
Sobre la estrella apagada
Que cayó frente a mi puerta.
Oculto en mi pecho bravo
La pena que me lo hiere:
El hijo de un pueblo esclavo
Vive por él, calla y muere.
Todo es hermoso y constante,
Todo es música y razón,
Y todo, como el diamante,
Antes que luz es carbón.
Yo sé que el necio se entierra
Con gran lujo y con gran llanto.
-Y que no hay fruta en la tierra
Como la del camposanto.
Callo, y entiendo, y me quito
La pompa del rimador:
Cuelgo de un árbol marchito
Mi muceta de doctor.
Jose Marti